LOS ABUELOS, UN VALOR AL ALZA

Reproducirse es la primordial y más dulce tarea que la Naturaleza ha asignado al ser humano. Perpetuarnos en nuestros hijos, criarlos y verlos crecer, y que ellos a su vez lo hagan con los suyos, es tal vez la más difícil pero la más gratificante de las vivencias. Y para comprenderlo bastan palabras de uso habitual como paternidad o maternidad, pero ¿cabría hablar de abuelidad? Porque hoy, más que nunca, los abuelos tienen un protagonismo social indiscutible.
Desde la afortunada incorporación de la mujer al mundo laboral y la consiguiente necesidad de conciliación del trabajo y la familia, los abuelos y jubilados han dejado de ser ciudadanos pasivos para ser protagonistas productivos y un apoyo primordial dentro del núcleo familiar.

De este modo pues, abuelos y abuelas, amorosa y desinteresadamente, aportan desde la experiencia su colaboración en el cuidado y co-educación de muchos de nuestros menores, tanto en periodo escolar como en el periodo vacacional. Esa es pues la abuelidad, que ofrece una doble vertiente. Por un lado dicha entrega permite a los mayores mantenerse activos y saludables al tener un objetivo que les hace sentirse útiles, actualizar su modus vivendi y relacionarse con otros que, como ellos, comparten nietos y vivencias.

Es también un innegable y necesario intercambio generacional: los abuelos pueden –y deben- pasar el testigo de referencias, juegos, canciones y modo de vida que, lejos de ser añejos, son un preciado legado vital que forma parte de los usos y costumbres de nuestra sociedad.

Y por otro lado, los nietos pueden motivar a los abuelos a integrarse en el mundo de las nuevas tecnologías, de forma que la brecha digital no disminuya sus capacidades de integración en el mundo global en el que estamos inmersos.

Desde esa mutua entrega se establecen unos lazos afectivos extraordinariamente positivos entre ambas generaciones. Hay abuelos que incluso dicen sentirse rejuvenecidos. Sin embargo, todo ello no impide renunciar al espacio que a cada grupo les pertenece y los padres deben tener sumo cuidado en no sobrecargar a los abuelos de obligaciones respecto al cuidado y custodia de los menores, lo que equivaldría a cansarles en exceso poniendo quizás en riesgo su salud o a privarles de aficiones y amistades, porque son los padres, como los abuelos lo fueron en su momento, los responsables últimos de sus hijos.

Por lo que a mí respecta, desde la abuelidad, agradezco a la vida la alegría de la inocencia y la vuelta al aprendizaje sin prejuicios de la infancia, la inmensa satisfacción que suponen los besos y abrazos de mis nietos, toda esa suma de sentimientos que conlleva la aventura de vivir. Porque como constató nuestro genial Lope de Vega: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”.

Mª Fernanda Trujillo
Vecina de Tomares
Jubilada, escritora y abuela de tres nietos

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